La historia sigue viva.

Esta es la historia de una mujer en el final de los cuarenta que vuelve a encontrar el amor cuando lo había desterrado para siempre.

No es un amor otoñal como cabía esperar y haría de ésta una historia previsible. Es al amor adolescente que entra en la vida sin llamar.

Lleno de pasión y confianza ciega. Cargado de complicidad y suspiros lanzados al aire.

Lo que iba a ser el Blog más corto de la historia va camino de convertirse en el Blog más largo de la historia.

Esta historia es real y lo sé porque es mi historia.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Una espada en el armario



Abrió las puertas de su armario y se detuvo pensativa. Recorrer con la vista su contenido no le llevó mucho tiempo. Nunca le gustó tener mucha ropa. Le parecía un esnobismo innecesario y además siempre establecía un vínculo emocional con cada prenda y no disponía de un corazón tan grande como para albergar más amores y tener que pasar por el duelo de tirar piezas aunque ya estuvieran inservibles.

Necesitaba algo cómodo que le diera libertad de movimientos y lo suficientemente resistente como para no rasgarse en la primera caída. No buscaba colores chillones, cuanto más se mimetizara con el paisaje, mejor le iría en la batalla.

Sus manos iban hacía unos cómodos vaqueros cuando se lo pensó mejor. Si el monstruo venía disfrazado de hombre, nunca estaría de más jugar su baza más sexy. Tenía que echar mano de todos los recursos posibles, la batalla se aventuraba dura y larga. Cogió unos shorts que aunque vaqueros, se le ajustaban como un guante resaltando su trasero y dejando ver las piernas que todavía conservaban un buen torneado. Si el monstruo venía disfrazado de mujer, se ganaría algunas cicatrices que se confundirían entre las muchas que poseía. Era la elección perfecta.

El resto del atuendo vino solo, una camiseta blanca de tirantes muy ajustada, unos calcetines cortos y de un blanco inmaculado (pocos saben lo fantásticamente bien que vienen para hacer un torniquete) y sus deportivas igualmente blancas. Habría sangre que mancharía toda la ropa pero no le importaba. La sensación de acudir limpia a la batalla era su carta comodín de todas las batallas ya vividas. El monstruo acudiría con el corazón sucio y ella libre e impoluta por dentro y por fuera.

Hizo como pudo una trenza pegada al cabeza pues no quería darle ninguna idea al enemigo. Si la vencía que no fuera por un descuido tan de principiante como dejar un cabo colgando para que el monstruo se agarrara a él y diera al traste con todo el esfuerzo empleado.

Abre la vitrina y cierra los ojos, dando las gracias por lo que tiene, en un ritual tan viejo y gastado que no es capaz de saber en que momento exacto de su vida inició esté mantra. Con las dos manos retira con cuidado la espada con su funda y la pega a su cintura sintiendo, oliendo y sufriendo batallas tan antiguas como antiguo es el mundo. Esta hecha de plata arrancada gota a gota de su corazón con cuidado de dejar que se recupere antes de arrancarle otra gota. Al principio fue impaciente con su espada y se apoderaba de todas las gotas que podía hasta que su corazón dejó de producirlas un tiempo. Le había arrancado un trozo que nunca más volvería a crecer. Tuvo que aprender a vivir sin ese trozo de corazón pero también fue mucho más cuidadosa con los tiempos de crecimiento. Con yunque y martillo forjó, dejándose las manos en ello, la espada más ligera, resistente y afilada que nadie haya conocido. En el puño había grabada una S de superviviente rodeada de dos E, la inicial de su nombre. Una de cara, mostrando su ser conocido, la parte más amable y cercana. La otra de cruz, recordándole su otro yo, aquél que se enfrenta a batallas a vida o muerte ocultas a los demás. Es el único secreto en su vida y del hecho de que siga siendo así, depende su futuro.

Retira la cortina y respira el aire fresco del amanecer. El sol sale lentamente calentando de forma tímida su cuerpo y su corazón.

Allá, por donde sale el sol, espera su monstruo, La Distancia. Nunca la ha visto disfrazada dos veces igual. Esa es el arma de La Distancia. Espera que no la reconozcas y así atacar por la espalda a traición.

No sabe si volverá viva o perderá alguna parte de si misma si vuelve. Aún así, da un paso y avanza hacia su guerra sin mirar atrás y sin dejar sitio a los arrepentimientos.

Hoy toca luchar.



martes, 19 de marzo de 2013

El teclado no responde



Miro las letras de mi teclado sin apenas respirar. Todas están en su sitio. La a junto a la ese y al otro extremo, la eme que aprieta con fuerza mi anular. Sin necesidad de buscar, encuentro la o y la erre. Quiero sacarlo todo fuera y la parálisis se adueña de mis manos, mi cabeza es un laberinto de sensaciones y mi corazón arrugado se niega a darme un respiro en el que el dolor no lo sea todo.

No falta ninguna, ahí están todas y no puedo juntarlas para formar palabras encadenadas que den sentido a todo lo que por dentro me pasa. Busco en ellas la pomada mágica que todo lo cura, sintiéndome el charlatán de la feria: “¡Pasen y vean la fórmula milagrosa del doctor A! ¡Ningún corazón dolorido se resiste! ¡La tristeza se vuelve alegría y el vacío desaparece!”

Veo puntos, guiones y comas que se rebelan y deciden jugar al escondite para que la tregua que necesito no aparezca por ningún lado. Los interrogantes deciden actuar por su cuenta y dejan su huella por toda la página mientras las comillas se ríen de mi y los paréntesis me atacan por delante y por detrás.

Pulso el botón de pausa pero no se mueve ni un milímetro, bloqueado desde lo más profundo no creo que haya técnico capaz de arreglarlo. El de escape me mira guiñándome entre cómplice y burlón, mas cuando intento apretarlo se mueve de forma endiabladamente rápida y no le doy alcance.

Buscando ayuda me tiro a las efes una tras otra leyendo con avidez sus mensajes y esperando, siempre esperando, encontrar el consuelo.
Para recuperar la felicidad pulse Avance Página” y termino desollando los dedos de tanto pulsar.
Para volver al momento de alegría pulse Retrocede Página” y acabo llorando de impotencia ante la falta de respuesta.
¿Dónde está la solución para no sentir el vacío de la ausencia? ¿Los arañazos de la distancia? ¿Conseguir el control del destino? ¿Sentir su piel y su voz para que el frío que me domina desaparezca?

Toque las teclas que toque, las únicas letras que se imprimen son las que forman su nombre, ese que me gustaría decirle bajito al oído, delante de “te necesito para vivir”, detrás de “abrázame y no me sueltes jamás”.

Te amo y por eso me duele tu ausencia.

Nunca
amor,
nunca,
debes
olvidarlo.

sábado, 2 de marzo de 2013

Me entrego



Hoy me entrego a ti sin estar contigo.

Cierro los ojos y resulta muy fácil recordar cada beso y cada caricia dados en una noche robada a la vida. Un atraco consciente al tiempo dedicado a las obligaciones que nos rodean y que nunca parecen tener fin. Es un fuego nocturno que liberamos entre gotas de luna que calman nuestra sed, mientras en el aire suena esa canción que tantas veces me cantaste al oído.

Siento tus labios en los míos y mi lengua abriéndose paso desesperada para encontrar la tuya y formar una espiral perdida en el infinito. Te tomas un descanso para abrazarme en un intento de recuperar la serenidad perdida y volver a sentir nuestra piel desnuda y fundida en un manto que nos cubre y nos eleva por encima de todo y de todos.

Cuando me coges en tus brazos para depositarme en la cama con esa ternura que sólo tú sabes dar, me sentí la mujer más querida de este universo y los que haya por descubrir. El tiempo se hace eterno en ese instante de separación y adivino que nunca más volveré a ser feliz sin tu calor.

Me pides la espalda y te la cedo gustosa de recuperar el placer de sentir como tus manos recorren mi cuerpo ahora despacio, ahora deprisa, abriendo, cerrando, subiendo, bajando, fuerte, suave; ahora tierno, después pasional, girando, bailando, dulce, salado, apretando, soltando; siempre mirando y buscando grabar en tu corazón el sonido que corresponde a cada rasgueo.

Siento como los años vividos sin ti desaparecen con su dura carga y el cuerpo se vuelve liviano al reemplazar el dolor por el amor y la pasión. Cualquier temor se evapora entre tus manos y la vida vuelve a tener sentido. Por una noche vuelves a ser mi niño soldado de ojos verdes tan verdes como su boina verde y yo tu niña que espera impaciente a la salida del cuartel. Vuelven los besos eternos que nos regalábamos a escondidas entre abrazos tan apretados que se nos cortaba la respiración. Regresa la alegría a tus ojos y la sonrisa a mis labios.

Cuando cierro los ojos, me entrego a ti sin estar contigo.